Botox en el cerebro
La toxina botulínica –Botox es una de sus marcas comerciales- se inyecta en cualquier músculo estriado del cuerpo para producir un bloqueo neurológico muscular localizado al impedir que se libere la acetilcolina en la unión entre el nervio motor de una neurona y una fibra muscular.
El Botox es útil en procesos neurológicos donde hay una excesiva contracción muscular. Por ejemplo, en los orbiculares de la cara evitamos el espasmo hemifacial o el blefaroespasmo, una anomalía de la función de los párpados que causa la contracción involuntaria de éstos; en el cuello evitamos la tortícolis; y en los miembros podemos tratar la espasticidad muscular que aparece después de un ictus.
El Botox también se utiliza en procesos no estrictamente neurológicos, como las arrugas o la incontinencia vesical urinaria, y en algunas glándulas como las sudoríparas.
Aplicación del Botox en el cerebro
La toxina botulínica no actúa directamente sobre el cerebro sino sobre el sistema nervioso periférico. En función de la dolencia a tratar se hará un tratamiento u otro. El resultado no es definitivo, porque las terminaciones nerviosas bloqueadas son sustituidas por el organismo por unas nuevas entre 3 y 10 meses después, según qué tipo de proceso sea y la respuesta de cada paciente.
Según la ley, es obligatorio que la toxina botulínica la administre un médico experto, ya que precisa de un conocimiento exacto de las dosis, la localización y el método de aplicación. Además, las dosis entre las distintas marcas comerciales no son equivalentes y tienen un límite máximo de dosificación. Su administración puede hacerse en una consulta médica, no precisa preparativos ni quirófano.
Los efectos secundarios del Botox son mínimos y temporales.