Competencias parentales necesarias para contribuir a un desarrollo sano del hijo
En la experiencia de ser madres o padres, además de los momentos de sueños y fantasías de cómo será el futuro hijo y cómo seremos como madres o padres, existe el momento del encuentro con el bebé real.
La maternidad y la paternidad no son sólo experiencias subjetivas, también son experiencias sociales. En este sentido, el desarrollo de la salud mental del recién nacido dependerá de la calidad de las interacciones con sus cuidadores más relevantes: padre, madre, abuelos, cuidadores, etc.
La calidad de estas interacciones depende de diferentes factores:
- Deseo de hijo
- Red de apoyo
- Conciliación familiar y laboral
- Competencias parentales
- Etc.
Asimismo, las competencias parentales constituyen un sistema de cuidado, es decir, la capacidad de cuidar, proteger y educar a los menores, propiciando un desarrollo sano y un apego seguro.
Competencias parentales en el cuidado del bebé
Cuando un bebé está alterado, se le activan comportamientos que expresan su incomodidad o dolor. En caso de haber un adulto que sintonice con ese malestar y acuda en su ayuda cada vez que el bebé se desregule, se generará la expectativa de que hay un adulto disponible cuando lo necesite. Este vínculo de seguridad y confianza llevará al niño a buscar a esa figura, que le brinda tranquilidad en momentos de estrés.
Hay muchos estilos posibles de apego, que dependerán del estilo que brinden los padres, de la sutileza de sus competencias parentales y de sus características personales.
El apego es del niño y el sistema de cuidado de los padres
Las competencias parentales están asociadas a la parentalidad social, puesto que pueden desarrollarlas personas significativas que no sean los progenitores. De esta manera, todo adulto o toda institución es un sistema de cuidado, donde los adultos puedan apoyar a un niño que lo necesite.
Estas son las capacidades más importantes para llevar a cabo un sistema de cuidado adecuado:
- Capacidad de estar atentos a los indicadores y señales en el hijo (momentos de ansiedad, intranquilidad, miedo, diferentes estados emocionales, dolor, sentimientos o sensaciones que le traen malestar) y ofrecer un vínculo de confianza y seguridad en esos momentos de estrés, con respuestas adecuadas a sus necesidades. El niño aprenderá que cuando se sienta mal habrá siempre un adulto que acuda en su ayuda.
- La empatía. Es la capacidad de entender los estados emocionales del niño y sintonizar con ellos, de esta manera se puede brindar una respuesta adecuada para su regulación.
- Capacidad de mentalización, que permite inferir estados mentales en sí mismo y en los otros. Los padres que tienen esta capacidad promoverán en el intercambio todas las ventajas de un desarrollo de la inteligencia emocional en el hijo.
- Capacidad de regulación emocional. El hecho de haber aprendido a calmarse uno mismo ayuda a que podamos transmitir maneras de calmarse a los propios hijos. Primero esa calma para el niño viene dada desde fuera, pero luego se va incorporando como modelo interno de auto-regulación.
En la intimidad emocional conseguida en la interacción temprana lo fundamental es la comunicación no verbal, tono de voz, expresión facial y postura, que se da con una calidad de tono, ritmo e intensidad. Esta comunicación no verbal tiene una gran influencia inconsciente en la regulación entre el bebé y el adulto significativo, tanto de la mente como del cuerpo.
Una de mis tareas profesionales con padres y madres es contribuir a fomentar el desarrollo o adquisición de las competencias parentales apropiadas para el desarrollo sano del hijo.
Si bien estas capacidades y vínculos se pueden mejorar a lo largo de la vida, afianzarlos en la etapa temprana ofrece mejores condiciones de crianza.