El lupus eritematoso: una patología genética
Definición y tipología
El Lupus eritematoso es un grupo heterogéneo de enfermedades que se relacionan por el desarrollo de una autoinmunidad dirigida contra diferentes partes del ADN de las células propias.
Existen fundamentalmente dos tipos de Lupus eritematoso: el sistémico y el cutáneo. En un extremo de la enfermedad, el lupus sistémico puede manifestarse con una mezcla de varios síntomas como artritis, trastornos del riñón, alteraciones neurológicas como convulsiones o psicosis, anemia o reducción de las células defensivas en sangre, alteraciones cardiopulmonares como derrames pleurales, insuficiencia cardíaca, alteraciones digestivas como hepatitis, pancreatitis, manifestaciones oculares como conjuntivitis, lesiones cutáneas, úlceras orales.
El lupus cutáneo sería el otro extremo del espectro de la enfermedad con lesiones cutáneas que aparecen habitualmente en zonas expuestas al sol (cara, cuello, antebrazos, manos) y que según la forma y evolución se clasifican en agudas, subagudas o crónicas. Las formas agudas son las que más se relacionan con el desarrollo de un lupus sistémico.
Desarrollo del lupus y síntomas
Es necesario que un individuo tenga los genes adecuados para desarrollar la enfermedad. En una persona predispuesta genéticamente, la enfermedad puede manifestarse en un momento determinado por la acción de diversos factores como infecciones virales, la exposición solar, algunos fármacos o el tabaco. A priori, no es posible saber qué individuos tienen dicha predisposición para poder tomar medidas preventivas.
Los síntomas cutáneos de la enfermedad son diferentes según la forma clínica. Las formas agudas se caracterizan por lesiones en placas rojizas, calientes, a ambos lados de la nariz y mejillas. Con frecuencia se acompañan de fiebre, malestar general, cansancio y pueden formar parte de una forma sistémica. Las formas subagudas producen lesiones a modo de bultitos rojos, de diferentes tamaños, que no se descaman, habitualmente distribuidos en la frente, mejillas, nariz e incluso escote, espalda y antebrazos. Las formas crónicas producen lesiones rojizas, sobre todo en la cara y cuello, que van creciendo por el borde con costras duras y dejando en el centro áreas blanquecinas cicatriciales.
Tratamiento
A día de hoy no tiene curación. Es una enfermedad que evoluciona en brotes y no tiene por qué estar activa de forma continuada. Sí tenemos tratamientos eficaces, tanto tópicos como orales que controlan la enfermedad.
Las formas leves pueden tratarse con cremas de cortisona. Las formas cutáneas más severas suelen requerir tratamiento oral con antiinflamatorios. Los más usados son los antipalúdicos, o incluso con inmunosupresores. Es muy importante si la enfermedad es cutánea, protegerse del sol, bien con cremas protectoras, bien con ropa adecuada. Dejar de fumar es otro aspecto muy beneficioso para la enfermedad, ya sea cutánea o sistémica.