La Depresión vivida desde adentro…

La Depresión vivida desde adentro…

Editado por: TOP DOCTORS® el 28/07/2022

Los médicos también se enferman. Hasta el Psiquiatra puede sufrir una Depresión grave como la que he tenido y acá describo. En realidad, es el infierno en vida. Angustia, desesperación, vivencia de muerte, sufrimiento desde la mañana en que nos levantamos hasta la noche en que nos acostamos. La esperanza desapareció. Estamos encerrados en un eterno presente de sufrimiento…


Aunque a veces parezca que esto nunca sucede, los médicos también nos enfermamos. El Cardiólogo puede sufrir una Coronariopatía, el Oncólogo padecer un Cáncer, el cirujano puede requerir una cirugía… Y el Psiquiatra también puede padecer una enfermedad mental (así como también cualquier otra afección clínica). Por experiencia, les comento que es muy triste ver cómo algún colega ha desarrollado hasta una Esquizofrenia, la madre de las enfermedades psiquiátricas. Pero no es la única dolencia posible. Las hay de todo tipo.


Lo que pasa una persona con Depresión

Quien les habla ha padecido una Depresión Grave, que duró algo más de un año. Por eso es que hoy quiero ponerme en la piel del paciente que fui; ahora estoy plenamente recuperado. Entonces no hablo tanto de mecanismos neurobiológicos, de neuronas, de hormonas, sino de la vivencia, para que se pueda entender lo que se sufre. Nunca tuve un dolor físico muy grave. No sé lo que se siente. No obstante, podemos llegar a aprehender el sufrimiento, el dolor, el padecimiento sin descanso de una persona con Cáncer y Metástasis. Pues bien. Lo que sí puedo llegar a asegurar es que es terrible el sufrimiento “moral”, el sufrimiento “del alma” que se siente cuando uno tiene una Depresión Grave.


Es difícil expresar con palabras lo que no se está sintiendo físicamente. Pero es un desgarro del corazón, como un puñal que lo atraviesa de lado a lado, como una garra que lo aprieta y lo estruja. La angustia es terrible, te destroza y se irradia a todo el cuerpo. La Depresión duele. ¡Y cómo duele! Aquí no hay morfina que lo calme. Las benzodiacepinas (Rivotril, Alplax, Trapax, Valium) suelen ser totalmente ineficaces. Y el dolor arrasa con todo, con nuestra capacidad de pensar, con nuestra memoria, con nuestra concentración (aspectos cognitivos), y trunca nuestra voluntad. No es que el depresivo “no hace” no porque no quiere, sino porque es totalmente incapaz de hacer. No puede responder a los que, aún con buena intención, lo incitan a hacer algo para salir adelante. Peor aún, esto es para él una fuente de frustración, un Estrés suplementario que lo angustia aún más y agrava su cuadro de sufrimiento.


Lo que también se pierde es la ESPERANZA. No hay futuro. El futuro es como un tremendo y enorme monstruo amenazador al cual no podemos enfrentar porque no tenemos ni el valor ni la fuerza. Tomar un colectivo podría ser un drama (y me pasó). He vivido también cómo es que uno se siente en un pozo sin fin, sin luz (de esperanza), ahogado en el dolor, una sepultura en plena vida. Todo es desesperación, sobreviene la sensación de muerte y de muerte en vida. La tristeza asoladora, en donde nadie puede llegar y que nos hace sentir que los demás seres queridos están lejos, inalcanzables. Su cariño no nos llega. El cuerpo enfermo no lo puede recibir. Ni siquiera un abrazo fraternal alcanza para romper los grilletes de la prisión. La tristeza es tan fuerte que ya ni las lágrimas pueden salir. Y todo esto se sufre desde la mañana en que nos despertamos hasta la noche en que nos acostamos. La cama es el único bálsamo que logra aliviar algo. El tiempo también se detiene como si nos hiciera sufrir cada instante, cada segundo de nuestra vida, eternizándola en su padecimiento. La mente que prácticamente se ha paralizado no permite que salgan las palabras. Encarcelada en una caja de cristal, ella no puede emitir opinión. Ni siquiera puede describir su sufrimiento. El mundo transcurre como una película. Se vuelve insoportable ver cómo es que acaso la gente puede simplemente estar, como puede disfrutar, reír, charlar y divertirse. Obviamente, se entiende; no hay nada que podamos disfrutar. (Anhedonia).


El cuerpo también sufre. Se sufre físicamente. Todo se enlentece y uno ya no puede ni caminar normalmente. La vida ha sido puesta en cámara lenta. Nos faltan las fuerzas. El cansancio es permanente. El cuerpo duele como si “una tropilla de camellos” le habría pasado por encima (imagen creada por quien escribe). Aún si sabemos este deporte, como yo, no podríamos jugar al tenis. Jugar al fútbol con los chicos se vuelve una tarea titánica. (Y se suma a esto la falta extrema de voluntad). La enfermedad altera el sueño, por la gran alteración de neurotransmisores y la desaparición de neuronas en el cerebro. Por lo que dormimos mal. Y nos levantamos peor, más cansados que cuando nos acostamos. Lo que suele pasar, frecuentemente, es que hay algo de mejoría vespertina, y todas las noches te acostás con la lejana esperanza de que mejorarás al día siguiente. Pero pareciera que durante la noche la “tropilla de camellos” nos volvió a pasar por encima. Te despertás mal como siempre. Y también desapareció el apetito: hasta comer cuesta. La boca está seca, el estómago cerrado, y cualquier comida sabe sosa. Llegué a bajar 18 kg en algunos meses por esto. Comés porque tenés que comer algo. Tampoco te dan las fuerzas para bañarte… Y en realidad, lo único que realmente permanece es el hambre de alivio


Y cuando por fin salís del pozo, no podés creer cómo es posible haber sobrevivido con eso… Yo, como Psiquiatra, yo lo he vivido. Es por eso que digo que al enfermo “no hay que tenerle empatía; al enfermo hay que amarlo”. Finalmente, como se imaginarán, mis neuronas están en llamas, listas, determinadas a ofrecer lo mejor de ellas mismas, a fin de encontrar alivio, soluciones, y “curas” (en realidad remisiones) para los pobres pacientes psiquiátricos. Yo los conozco. Los conozco desde adentro…

Psicología en Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA)