Quiero que juguemos
Quiero que juguemos.
Pensemos en el juego, enfatizando en el gerundio: jugando, la acción, el hacer.
El juego implica hacer; un hacer enmarcado en un espacio y en un tiempo, que nos permite elevarnos a otro lugar, pero sabiendo que estamos limitados por unos bordes que a la vez dan alas para salirse de ellos, sin saber a dónde llegaremos.
Veamos jugar a un niño; su juego no se desarrolla en el aire, sino que éste transcurre en un tiempo determinado, un espacio en donde se despliega la actividad y elementos imaginarios, o concretos que hacen de materia.
Una manera de entender el juego sería como una actividad sin mandatos, con libertad. Para que los niños jueguen libremente, deben sentirse seguros, estar en un ambiente que los contenga, es decir, un orden externo que permita su libertad interna.
El tiempo del juego es un aquí y ahora, un tiempo espontáneo.
Una buena forma de acompañar o de jugar con un niño es participando de las reglas que caracterizan el juego, ya sean explícitas o implícitas. Lo importante para el niño es que no minimicemos el valor de estas reglas, por lo que no debemos ignorarlas.
Jugando el niño está realizando una actividad para él muy seria, teniendo su juego, una finalidad infinitamente impredecible.
Les propongo que se tomen un tiempo para verles jugar, que acompañen su juego, sin imposiciones, ni prisas, sin ordenarles objetivos; y les aseguro que vivirán una experiencia regresiva, a aquellos años infantiles, donde nos adentrábamos en un mundo seguro pero incierto, conocido pero sorprendente, poblado de personajes amables y otros temidos… pero, sobre todo, ¡un mundo placentero!