Senos: reducir y colocar
No es una simple cuestión estética, en muchos casos nos encontramos con pacientes que llevan años sufriendo dolores de espalda y limitaciones en sus actividades sociales por tener hipertrofia mamaria. Es decir aumento desmesurado del volumen de los senos, muy por encima de sus proporciones normales. Son mujeres que buscan una mejora funcional urgente.
Tipos y repercusión
Debemos dejar claro, para empezar, que la hipertrofia mamaria no responde a un único patrón de paciente. Puede darse, por ejemplo, en la pubertad y a causa de una hipersensibilidad a las hormonas femeninas. Estaremos hablando entonces de una hipertrofia virginal de la mama, que afecta a chicas menores de 19 años con un desarrollo mamario de una mujer de 50. Es una afección muy dura que las imposibilita para muchas cosas. En estos casos y teniendo en cuenta la edad de la paciente, será imprescindible el acuerdo de la familia, el senólogo y el psicólogo para intervenir.
En pacientes más mayores, adultas, la hipertrofia suele deberse a un aumento del tejido graso que invade la trama conjuntiva mamaria. La consecuencia es una mama grande, poco elástica y con problemas vasculares. Son mujeres con motivaciones más funcionales que estéticas, en algunos casos con verdaderas hendiduras en los hombros por el peso que sustenta el tirante del sujetador, además de otras molestias y lesiones.
La doble intervención
Ambos perfiles son candidatos a una reducción de mama o mastoplastia de reducción. Lo primero que hay que tener en cuenta es que se trata de una intervención mayor y, como tal, la paciente deberá superar un examen médico previo y someterse a anestesia general. El objetivo será doble: reducir el tamaño de la mama y, a la vez, elevar la aureola y el pezón.
En efecto, en la práctica totalidad de los casos, habrá que combinar dos técnicas quirúrgicas. La mastoplastia de reducción y la cirugía de elevación. Es decir, el procedimiento para elevar la mama. Y es que una mama muy grande jamás va a estar arriba, habrá caído con el paso del tiempo o por su propio peso.
Llegados a este punto, no podemos dejar de citar las cicatrices. Son el hándicap fundamental de cualquier cirugía estética y, si cabe, más aún en la cirugía mamaria por las dimensiones que en ocasiones deben tener. No en vano, estamos hablando en algunos casos de un cambio de tamaño, de posición y de forma de la mama.
Según cual sea el grado de caída –o técnicamente, de ptosis- las cicatrices serán de tres tipos:
La más pequeña es la llamada periareolar, que resigue el ruedo completo de la areola. Sólo será posible en los casos en que la caída o ptosis de la mama no es muy grande; característica que se da en escasísimos casos de hipertrofia.
El siguiente estadio sería el de una cicatriz como la anterior sumada a otra, de trayectoria vertical y que iría desde la aureola hasta el pliegue submamario. En la última opción, cuando la caída es realmente muy grande y hay un gran sobrante de piel, el cirujano deberá optar por la cicatriz clásica: la que rodea la aureola y añade una T invertida desde la areola hasta el surco para acabar recorriéndolo. Se trata, en cualquier caso, de una cicatriz que se esconde perfectamente debajo de la ropa interior o de baño.
Una vez curadas las heridas, y ya en el posoperatorio, es básico cuidar muy intensamente las cicatrices. Dependen de cada persona, de la piel de cada paciente, de factores genéticos que no se conocen.
Para disimularlas al máximo el equipo médico de Clínica Planas recomienda seguir un protocolo especialmente pensado para este objetivo. Consiste en llevar sobre las cicatrices unas láminas de silicona adhesivas, con una cierta compresión sobre ellas. A veces incluso añadimos un refuerzo en el sujetador para que haga una compresión selectiva. El proceso de cicatrización es muy largo, así que me gusta que sigan el protocolo durante 2 o 3 meses, si es posible. El protocolo incluye periodos de descanso, durante los cuales es recomendable masajear la cicatriz con algún aceite esencial como el de rosa mosqueta.