Urología mínimamente invasiva
La Urología desde sus comienzos, ha tenido una vocación de mínima invasión quirúrgica.
La carrera no invasiva comienza en 1870, cuando Max Nitze inventa el cistoscopio, acoplándole la lámpara de incandescencia de T. Alba Edison. Por fin el Urólogo podía ver el aparato urinario inferior con nitidez. En 1931 Davis diseña un bisturí capaz de cortar bajo agua y en 1943 Stern y MacCarthy diseñaron el primer resector verdaderamente operativo de la historia, así nació la famosa RTU (resección transuretral) para el tratamiento de tumores de vejiga, tumores benignos de próstata y años más tarde, las estrecheces uretrales (Sachse).
Tuvo que transcurrir un siglo desde la creación del cistoscopio, hasta que en España se describiera el ureteroscopio (Pérez-Castro), con lo que el urólogo pudo acceder al aparato urinario superior, y ver y tratar el 50% que nos faltaba. Con este instrumento se tratan piedras de uréter, algunos tumores uroteliales, se extraen cuerpos extraños y se diagnostican procesos complejos renales o ureterales.
La suerte fue que a este ureteroscopio se le unieran otras dos técnicas descritas en las mismas fechas, que permitieron completar el círculo, sobre todo en relación a las piedras.
Me estoy refiriendo, nada menos que a la Litotricia Extracorpórea (Christian Chaussy-Alemania), la famosa “bañera”, que rompe estupendamente los cálculos renales, pero tiene mayor dificultad con los ureterales, para los que la ureteroscopia es ideal, fundamentalmente si la piedra está en la parte más baja del uréter.
La “bañera” podía romper cualquier piedra, pero si el tamaño era grande, surgían problemas de obstrucción del uréter, y para tratar de evitarlos se creó, la nefrolitectomia percutánea (Peter Alken-Alemania). Con esta técnica podíamos endoscópicamente y alcanzando al riñón desde la espalda, tratar los cálculos coraliformes de riñón, llamados así por su parecido con el coral.
Los fragmentos desprendidos en cualquiera de las dos técnicas germanas podían producir fragmentos obstructivos en el uréter, lo que se denominó calle litiásica por su semejanza con el empedrado con adoquines, y esto también lo resolvía la ureteroscopia de una forma elegante.
De modo que, dominando las tres técnicas, los urólogos habíamos pasado de tener que operar con cirugía clásica al 100% de las piedras a tener que hacerlo en aproximadamente un 0% : indudablemente, una revolución.
El siguiente paso de gigante fue la laparoscopia, pero esto ya es otra historia.